martes, 16 de abril de 2013

Reserva Canangucho, vivir en la selva, experiencia en la piel


A sólo 15 kilómetros de Leticia, en medio de una espesa selva se encuentra la reserva Canangucho; un lugar construido por dos jóvenes bogotanos que le apuestan firmemente a la ecología.
Tiene como ventaja el aislamiento de la ciudad capital de la Amazonía colombiana y su propósito es ofrecer experiencias nuevas para los turistas como: caminatas por la selva, recorridos en bote por el río Amazonas, contacto con animales, visita a las comunidades indígenas, tatuajes en huito (semilla típica de la región que produce un tinte negro), artesanías en palosangre,  baños al natural en el lago cercano a la reserva y tomas de yagé.
Chan Shigematsu y Juan Camilo Carrizosa, son bogotanos de nacimiento, pero amazónicos de corazón; ellos encontraron su camino en el mismo lugar que dio origen a la leyenda de Arturo Cova y decidieron darle un vuelco de 180 grados a su vida para dedicarse por completo a la conservación del ecosistema.
Chan, de ascendencia japonesa, ha trabajado a lo largo de 3 años en la búsqueda de recursos para el sostenimiento de su ideal, mientras que Juan Camilo ha puesto en práctica sus conocimientos de supervivencia en la selva, los que adquirió gracias a su inagotable curiosidad desde niño. Ellos tienen como aliados estratégicos a dos indígenas Tikuna, quienes también guían al visitante: Sandra Fernández y Carlos Arias.
La innovación en este plan es justamente la experiencia de vivir realmente en la selva, lejos de lo que podría llamarse civilización. Y no es para menos, los paseos, más allá del entretenimiento, están dirigidos a la concientización sobre los recursos naturales del planeta.

Plan Maloca Huitoto
Para visitar la Maloca Huitoto se inicia un recorrido de 2,5 Km desde Canangucho, en el que el visitante podrá apreciar la más diversa e intrincada vegetación, sentir animales salvajes y poner a funcionar su sentido de supervivencia. Y con un equipo básico para selva como linterna, machete, botas de caucho, escopeta, cámara fotográfica, brújula, sumado a una buena disposición para caminar, se inicia una experiencia fascinante para los citadinos pobres de verde y oxígeno.
Al recorrido se suma la magia albergada en las copas de los árboles, que baja susurrante y se mete por los sentidos sin pedir permiso.  La espesura del verde no pone límites al obturador de la cámara, a la que ingenuamente se encomienda guardar la imagen de una manigua indómita.
La extraordinaria fauna, que permanece silente al paso de los turistas, está conformada por mamíferos, felinos, roedores, serpientes y una infinidad de zancudos y moscos que, al advertir la presencia de extraños, comienzan una persecución sin tregua hasta agotar la paciencia del caminante.
El destino es una mansión de troncos y hojas de caraná. Tiene un diámetro de casi 10 metros y una altura de 8. Pertenece al curaca o chamán más conocido de la región. Cayetano, indígena huitoto, es quien concede el permiso para entrar, sentarse e inclusive tomar fotos o hablar con él.
Invita sólo a aquellos que tienen la piel dorada por el sol de la selva, que pueden acompañarlo a mambear hojas de coca machacadas, que, según su cosmogonía, proporcionan atributos discursivos a una mente iluminada por su efecto.
Hablar con el curaca es entender otra visión del mundo, que tanta falta hace a los blancos. Tiene una lógica simple y compleja a la vez.  Conversar con él es abrir la puerta a un infinito mundo desconocido para los cartesianos, que nos negamos a convivir con las diferencias de los otros.
Estas experiencias se pueden vivir bajo la tutela de los guías de Canangucho, quienes tienen como propósito marcar el espíritu de quienes visitan el Amazonas, para dejar como mensaje la conexión que se tiene con la naturaleza, pero que es descuidada en los afanes propios de la ciudad. Este es un destino diferente, relajante y místico, que se puede visitar en cualquier época del año.